martes, 30 de marzo de 2010

CALABAZAS

CALABAZAS

Se me quedó mirando con fiereza. Sus ojos me recordaron los de un felino cuando se le eriza el pelo y arquea su espalda. Tras unos instantes, se metió la mano en un bolsillo, y luego en otro. Se notaba que estaba haciendo un paripé, y en realidad no buscaba nada.
-Pues no, me parece que no me queda nada de buen humor. - me dijo, muy seria.
-Al menos te quedará un beso, ¿no? Que sea con lengua, por favor. - le repliqué con osadía.
-Pues no, la verdad es que de eso tampoco. Sabes que lo nuestro se acabó. - al menos sus ojos se habían ablandado un poco, y ya no parecía a punto de morderme la yugular.
-Pero no puede haberse acabado, si en realidad nunca hemos empezado. Nunca has querido, a pesar de que cada vez que te veo te pido un beso. Y yo creo que ya me lo merezco, aunque sea por pesao. - le puse ese mohín taciturno que tan buenos resultados me daba con una antigua novia que tuve. Pero esta chica estaba hecha de otro pasta. No se inmutó un ápice, y sin apiadarse de mí, contraatacó con un gesto cortante de la mano, a la vez que decía:
-¡Qué no, tio, que no! Mira, me caes muy bien. Y además estás como un tren. Por eso no quiero enrollarme contigo. ¿Comprendes? No tienes nada que hacer. Prefiero ligarme a babosos que están tan buenos como tú, algunos hasta más, y luego desecharlos sin remordimientos. - ahora si puso una tierna mirada.
-Pero eso no es justo. Yo te gusto. Tú me gustas. ¿Cuál es el problema? - me encogí de hombros, volviendo a poner ese mohín taciturno, cabezón como soy en utilizar las mismas tretas una y otra vez.
-Que no quiero hacerte daño, imbécil. - y me pegó un rodillazo en los cojones. Me pilló de sorpresa, así que no pude esquivarlo, y me quedé allí en la acera, retorciéndome de dolor, mientras ella, sin añadir nada más, se marchaba.
Cuando pude levantarme, y aun sintiendo unos espantosos calambres en mi entrepierna, me volví a casa, pensando que no podía evitar la atracción que sentía por esa chica. Me gustaba su fiereza. Me gustaba el peligro.
Ya en casa, y tras tomarme dos nolotiles para calmar el dolor, me prometí a mí mismo que no me iban a desanimar, ni sus calabazas, ni sus contradicciones, ni siquiera sus rodillazos en los cojones.¡ Ahhh, femme fatal!!!