miércoles, 8 de junio de 2011

MI TURNO

MI TURNO

La pequeña pantallita emite un pitido. Ochenta y siete. Un tipo repeinado cuyo aspecto mejoraría sin los círculos de sudor en las axilas de su chaqueta, se levanta, se santigua, y entra.
Yo miro mi número. Pronto me tocará. Me faltan tres nada más. Pero la pequeña sala sigue abarrotada. Hace casi tres horas que llegué. No sospechaba que había gente que pasaba aquí la noche para ser de los primeros en coger número. Menos mal que me traje el mp3.
Sale el tipo del traje con manchas de sudor. Tiene los ojos acuosos, parece que se esté aguantando las ganas de llorar. Se va sin decir adiós. Es el turno de un joven impecablemente vestido, con un traje a rayas. Camina muy erguido hasta la puerta.
Un par de canciones después, sale. Está despeinado, con la corbata floja, y marcas de dedos en un moflete. Parece que le han pegado un buen bofetón. Refunfuña algo. “Tiene razón, soy una lombriz”, me ha parecido que murmuraba. Renqueante y encorvado, se marcha.
Se levanta el siguiente, que resulta ser un chaval perteneciente a alguna de esas tribus urbanas. Tiene los brazos llenos de tatuajes, y la cabeza rapada, excepto una cresta de color morado. A juzgar por la cantidad de piercings que tiene en la cara, no creo que fuera capaz de pasar por un detector de metales. Parece un tipo duro y pendenciero. Abre la puerta con fuerza, y entra.
Me apago la música. Soy el siguiente. Repaso mi estrategia. Controlo mi respiración, para relajarme. ”Estoy acostumbrado a estas situaciones”, me digo a mí mismo, aunque en voz alta. Noto que el tipo de al lado me mira, como si estuviera loco, pero no me importa. Yo a lo mío. Soy un funambulista, experto en caminar sobre el alambre de espino que me ha tocado recorrer. Me contemplo las palmas de las manos. No sudan, parezco tranquilo y seguro de mí mismo.
Un portazo, y aparece el de los tatuajes, lamiéndose los nudillos. Se va gritando. “¡Que le den al hijoputa ese! ¡Que haga una boutade, dice! ¿Qué coño será eso? ¡Adiós pringaos!”. Y desaparece, mientras la sala se llena de murmullos.
Mi turno. Me levanto y entro.
-Habrá traído currículum, supongo.
El tipo es gordo, huele un poco a alcohol, y tiene sangre resbalando por uno de sus labios, que se está empezando a hinchar.