jueves, 28 de octubre de 2010

FELIZ RETIRO

FELIZ RETIRO





Le visito porque disfruto, me lo paso bien con el viejo. Me da pena, siempre está muy sólo, y además, desde que cayó con Moriarty por el acantilado, se quedó sordo, y ya no se entera de nada. Nosotros hablamos con una pizarra, y en inglés, porque como es sordo, no ha logrado aprender el castellano. Me dijo que un detective privado que estuviera privado de uno de sus seis sentidos ya no podía ser un buen detective, así que recogió su violín y las drogas que guardaba en Baker street, despidió a la bondadosa mis Hudson, que lloró mucho y no dejó de repetir “son muchos años de servicio, para que me lo pague así, mal nacido”. Afortunadamente, como el señor Holmes estaba sordo, no se ofendió y le dio un abrazo, momento en el que mis Hudson aprovechó para tratar de clavarle un abrecartas. Pero falló, porque además de producirle la sordera, la caída por el acantilado le rompió muchas costillas, y se las habían cambiado por unas de aleación de titanio. El abrecartas quedó hecho un churro en el suelo, y Sherlock ni siquiera se enteró, pensó que le había picado un mosquito. Al final mis Hudson se fue muy enfadada, pero sin vengarse. Y el señor Holmes se quedó pensativo, paseando por la casa, despidiéndose de ella, y decidiendo si avisaba a Watson. Probablemente su viejo amigo trataría de convencerle para que se quedara, y resolviera alguno de los casos que el inspector Lestrade les consultara. Pero estaba sordo, le dolía mucho la espalda, y sentía cierta congoja por la muerte de su némesis, Moriarty. Ya nunca nada podría ser igual.

Decidió no decirle nada a Watson. Ya le mandaría una postal desde el asilo donde pensaba pasar sus últimos años de vida, resolviendo pequeños casos, como quién ha robado el mando de la tele, quién se ha comido un peón del ajedrez, o quién se ha cagado encima. Sí, viviría bien, en un lugar tranquilo y soleado del sur de España. Cuando estuviera aclimatado, tiempo tendría de proponerle a Watson una visita. Quizás incluso decidiera jubilarse y venirse a vivir con él, para ayudarle en sus mundanas pesquisas.

Y así vino a este pueblo, donde no pasa gran cosa. Le conocí en uno de los paseos que el geriatra les organiza, y en seguida me cayó simpático. Cuando me dijo su nombre, mi primera reacción fue pedirle un autógrafo. He leído todas sus aventuras, y también las he visto en una serie que echaban por la tele. Eso a él le hizo gracia, y haciéndome un guiño, me dijo que no se lo contara a nadie, que todo el mundo pensaba que se llamaba Cherlock Fones. Era por seguridad, pues no estaba seguro de que la banda de Moriarty no quisiera vengarse.

Nos hemos ido conociendo, cada vez mejor, y a estas alturas puedo decir que Watson no contó ni la mitad de las peripecias por las que en realidad pasó el señor Holmes. Pero sí que logró describir a la perfección su poderosa inteligencia. A pesar de estar privado de uno de sus sentidos, los demás siguen estando tan asombrosamente agudizados que siempre adivina donde he estado, incluso con quién. Me dice lo que he estado haciendo, y hasta la marca de tabaco que he fumado. He probado a cambiarme de ropa justo antes de ir a visitarle, pero da igual, él sigue regocijándose diciéndome lo que he estado haciendo antes de venir a verle.

Y creo que ya os dejo. El celador acaba de abrir las puertas. Es la hora de las visitas. Voy a ver qué me cuenta ese viejo zorro.