miércoles, 17 de noviembre de 2010

CENA PELÍN TARDÍA


-Oye, Verónica, ¿no deberíamos haber escuchado ya que es la hora de la cena?
-Es que están rehabilitando el campanario, que se caía a cachos. Es lo que tienen los monumentos, que son muy viejos.
-Ummm, tu culo sí que es un monumento, ponlo acá que te lo arreglo. - le señalo mis rodillas. Se sienta.
-¿Estás cómodo, o te aplasto?
-Creo que las dos cosas. Seguramente dentro de unos minutos más bien la segunda. Pero quería gozar del contacto de tus prietas nalgas, cual jardinero comprobando que su flor preferida luce brillante y jugosa. - como se ha levantado, le pego un suave mordisco en una de sus nalgas. - ¡Ñaaaaammm!
-Quieto, tigre. Tranqui, eso luego. Tengo hambre, mejor cenamos, ¿no? Antes de que continúes con tus parrafadas líricas. ¡Brasas te pones, ostias!
-Anda, deslenguada, sí sé que te gustan…
-Por supuesto, majestad. - y me hace una exagerada reverencia. - va hacia la ventana, se asoma, mirando al cielo. Se queda ahí parada, sin decir nada.
-Bueno, ¿qué, va a llover o no? - está quieta, y no contesta. - ¿Oye? ¿Cariño, sigues ahí?
Por fin se da la vuelta. Su cara refleja un profundo asombro. Intenta decirme algo, pero es incapaz. De su boca solo salen balbuceos .
-¿Qué pasa, Verónica, has visto un burro volando? ¿A la Virgen? - sigue emitiendo ruidos inconexos que no consigo descifrar, mientras señala la ventana. - Tienes pinta de haber tenido una revelación. Patidifusa.
Me acerco a la ventana, intrigado. Hay una nave espacial flotando encima del parque de enfrente de casa. Miro a mi mujer, y ella me hace un gesto de asentimiento. Por lo visto, todavía no ha recobrado la capacidad del habla. Vuelvo a mirar, y veo a dos seres grises y cabezones bajando al suelo desde la nave, a través de un halo de luz azul. Cuando llegan abajo, el haz desaparece.
Más tarde, mientras mi mujer y yo nos abrazábamos mutuamente, llaman a la puerta. Son los dos seres. Uno de ellos trae una revista en la mano. Creo que es el Diez Canutos. Se nos quedan mirando fijamente. Luego miran en la revista, y empiezan a gruñir. Creo que están hablando. Uno de ellos, increíblemente, nos dice:
-Sois demasiado feos. No os abducimos.
Y se van. Suspiramos, mitad aliviados, mitad contrariados.
-¡Nos han llamado feos, ellos!
-Anda, vamos a cenar.