miércoles, 1 de diciembre de 2010

EL FALLO

EL FALLO


“Buenos días. Soy un extraterrestre, aunque no puedo demostrarlo. No es un farol. Soy pura energía, así que en modo alguno me mostraré suplicante con ustedes para que crean mis afirmaciones. Me da igual si no saben distinguir un perturbado mental de un auténtico viajero interestelar. Lo cierto es que nací dentro de una estrella, situada a no menos de dos mil años luz de su planeta. Sus científicos se equivocan al afirmar conocer los procesos que tienen lugar en el núcleo de una estrella. Para que sus poco evolucionadas mentes puedan comprender esto, les pondré una metáfora:
Las estrellas son como un puchero, donde se cuecen diferentes cosas, entre ellas, los seres como yo. Aunque ustedes conocen los condimentos empleados, ignoran el guiso resultante, y los complicados mecanismos mediante los cuales mi raza nace. Podríamos decir que el parto se produce en el momento en que la estrella colapsa y explosiona, lanzando al espacio diferentes cosas, entre ellas a mi raza. Estuve viajando casi a la velocidad de la luz durante mucho tiempo, tanto que resulta inconcebible para la mente humana. Fue por casualidad que llegué a su planeta, disuelto entre rayos de sol. Fui a caer en un parque. Era de noche, y el único ente vivo que encontré resultó ser la persona a la que ustedes están juzgando, Javi Olador, presunto autor de catorce violaciones y doce asesinatos, todos ellos producidos en el pueblo de Móstoles. No tuve más remedio que colarme a través de su occipucio, para sobrevivir. La atmósfera de su planeta me hubiera descompuesto en pocos minutos. Después dejé que mi huésped me guiara hasta su casa, donde hora y media después me detuvo la policía.
Así pues, señoría, me declaro inocente, al no ser la persona que ustedes creen, pues de hecho, ni siquiera soy una persona. He dicho.”

La sala quedó en silencio. Todos los ojos estaban fijos en el acusado, llenos de asombro e incredulidad. Alguien dijo, entre risas, “¡qué morro!”. Se escucharon más risas y cuchicheos, hasta que el juez pegó un martillazo y reclamó silencio en la sala. Dijo su veredicto, “culpable”, y volvió a dar un martillazo. En ese momento, mientras la mirada de Javi Olador cambiaba, y preguntaba “¿dónde estoy?”, el juez sintió algo extraño en la nuca, y comprendió que su fallo era un error, justo antes de perder la consciencia.