lunes, 28 de febrero de 2011

EUREKA

EUREKA




Tras diez años de intensa búsqueda, encontré Ciudad Carnal. Resultó que estaba construida bajo el desierto de los Monegros, y por eso me costó tanto averiguar su enclave. Cuando tropecé con un maño en un bar de Calatayud, volcándole la mitad del cubata sobre su estrafalaria camisa a cuadros, descubrí que allí son muy brutos. Después del primer puñetazo, caí al suelo. El dueño del bar, un mafioso dueño de un gran emporio en Aragón, ordenó a sus gorilas que nos echaran a los dos. Tras una dolorosa patada en el culo, comprobé con agrado que el otro había recibido el mismo tratamiento.

Nos habían sacado por la puerta de atrás, que daba a un oscuro y sucio callejón. Miré temeroso al maño. Ahora estaría más cabreado aun, seguro que la tomaba conmigo. Primero pegó un gran estornudo, yo le dije “Lenin”, el me miró sonriendo, y me preguntó “¿no querrás decir Jesús?”. Yo le contesté que creía más en la existencia de Lenin, él se echó a reír y me propuso ir a otro garito a terminar de emborracharnos. Acepté, tras darle las gracias por no seguir pegándome.

Bebimos y charlamos, hasta bien amanecido. Su camisa no dejaba de emanar efluvios del cubata que yo le había tirado encima, lo que me hacía sentir culpable. Me contó que era camionero, y conocía Aragón como la palma de su mano.

Fue ya casi al despedirnos, sentados en un parque con sendos litros de cerveza, cuando, con los ojos casi cerrados, porque nos pegaba el sol en la cara, me habló de mi quimera, esa gran ciudad de vicio y perversión llamada Ciudad Carnal. Le pedí que me llevara al momento, pero él se limitó a escribir en un papel las coordenadas exactas, justo antes de quedarse dormido mientras me aseguraba que no estaba en condiciones de conducir.

Así que le dejé dormir, y cogí un taxi, notando que mi bragueta se empezaba a ensanchar, imaginando que allí usarían el sistema sexagesimal, harían sexámenes, sexplorariones, y todo sería sexquisito.

Maldije mi mala suerte al llegar. Tan sólo era una ciudad llena de Cutrer Kings, McDollars, y algún asador que otro. En la puerta, había un cartel, que me decidió a vomitar primero, y a desistir después, de mi intención de visitar la ciudad:

“Prohibido atravesar esta puerta portando cualquier tipo de vegetal, u otro alimento que no sea carne”.

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