miércoles, 28 de mayo de 2014

DE REGRESO

DE REGRESO He empezado por ponerme el jersey al revés. Quiero darle la vuelta a todo. Aunque en seguida ha venido un celador a frustrarme. “Doña Lucía, se le está olvidando vestirse”, me ha dicho, con esa estúpida sonrisa condescendiente. Es el más idiota de los cuatro que tenemos aquí. Cree que porque somos viejos no nos damos cuenta de las cosas. Marcial, el de la cadera de titanio, me ha dicho que tiene un plan de fuga, y necesita tres voluntarios. Yo le he contestado que si me quisiera largar de aquí, me bastaría con chantajear a mi hija la próxima vez que venga a visitarme. Lo que yo quiero es volver, volver atrás, como cuando nos juntamos la cuadrilla en el cuarto de la tele, a rememorar nuestras hazañas, y nuestros ojos brillan, y la cara se nos enciende, y la juventud se nos asoma por las arrugas, como si no la hubiéramos perdido del todo. No importa que siempre sean las mismas batallitas. Ya nos las sabemos. Pero nos gusta asomarnos de nuevo, degustar otra vez las mieles de aquellos tiempos, menudas piernas tenía yo antes de la guerra, los mozos del pueblo se volvían locos por mí. Disfrutamos con lo que nos queda, nos agarramos a los recuerdos para no olvidar quiénes somos, entre tanto cambio, tanta prohibición, tanto peligro. Ya lo dice Lucián, que fue sereno, “ser viejo perjudica gravemente la salud”. Necesitamos ese punto fijo de apoyo, para levantarnos de nuestras sillas de ruedas y confirmar que somos lo que fuimos, aunque no seamos como fuimos. Pero son viajes cortos, y siempre con billete de ida y vuelta. Yo ya estoy harta, así que he decidido darle la vuelta a todo, volver, volver atrás, a mi pueblo, a mi niñez, a los sembraos del Tío Carmelo, los campos de margaritas en primavera, los paseos en bici con mi hermano, para visitar a la abuela Tomasa, que vive en el pueblo de al lado, llegar con la sonrisa puesta, la coleta ondeando, aupándome de puntillas para asomarme por la ventana, y anunciarle a la abuelita nuestra llegada. Ella saldrá con los brazos abiertos, llenos de ternura, y nos invitará a tomar limonada. ¡Qué rica está!, ¿verdad Pablo? -Doña Lucía, ¿está usted bien? ¿Doña Lucía? ¡Fabián, corre, ayúdame, a Lucía le ha dado un paro cardíaco!

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