miércoles, 28 de mayo de 2014

NI POR ESAS

“Mantenga usted la compostura que caracteriza a los señores de tan alta alcurnia como la de vuecencia, y tenga usted la bondad de auxiliar con un pequeño óbolo a este pobre desamparado, cuyo mayor delito fue aspirar a ser poseedor de una vivienda digna donde disfrutar del reposo nocturno de su osamenta tras la dura jornada laboral de cada día. Por desgracia, tras sufrir el varapalo del despido, y no poder seguir estando al corriente en el pago de las mensualidades hipotecarias, este pobre diablo que ahora suplica su generosa clemencia, sufrió el revés definitivo de contemplar cómo el embargo le dejaba en la puta calle, disculpe su excelencia la subida de tono, teniendo en cuenta el fuego que cabalga por mis venas cada vez que acude a mi mente el recuerdo de tan infame suceso. Por supuesto, no voy a regatear con usted, y cualquier suma, por insignificante que a su merced le pueda parecer, será aceptada de buen grado y con mejor sonrisa, por este pobre diablo víctima de las circunstancias y vaivenes del Gran Mercado. También la bella dama que le acompaña, cuyo esplendor, tal que la más brillante estrella, deslumbra mi arrebolada faz, y magnifica esta mañana de otoño, puede obsequiarme con la dádiva que a ella le parezca más oportuna. Aceptaría incluso una pequeña guedeja rubia de su espléndida y bien cuidada cabellera. No para hacer ningún hechizo, si no para guardarla y atesorarla como oro en paño, para poder recordar con total claridad el afortunado día en que fui agasajado con la atención y el obsequio de tan magnánima e ilustrísima pareja.” Por fin, falto de aliento y con las mejillas arreboladas, el mendigo quedó callado, y se arrodilló, mientras extendía su mano, en ese internacional gesto del pedigüeño. “Aparta, borracho”, fue la única respuesta que obtuvo. “Cerdos”, murmuró el mendigo entre dientes, mientras contemplaba las dos espaldas que se perdían tras una esquina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario