miércoles, 28 de mayo de 2014
CANCIONES DEL CUARTO MUNDO
-¿Me lía otro truja, por favor, don Gé?
No quise decirle que me llamo Guillermo, así que le di mi inicial. Ni siquiera sé por qué le he dejado acompañarme. Hace dos días que le conozco. Como hacía buen tiempo, elegí echar el saco en la hierba de un parque. En un banco, dormitaba un joven que apenas aparentaba tener veinticinco años. Tan mal llevados, que probablemente solo tendría veinte. Su ropa estaba manchada de vómito. Estaba sentado, con la cabeza caída sobre el pecho, con esa manera que tienen los yonkis de quedarse dormidos cuando están puestos. Seguro que en cuanto se despertara, le dolería el cuello. Nada que no arreglara con otro chino, si es que le quedaba material al colega. Todavía sujetaba el mechero en una mano, y un trocito de papel de plata ennegrecido en la otra. Me acosté y me quedé dormido.
Cuando me despertaron los pájaros al día siguiente, le tenía sentado junto a mí. Mirándome.
-Por favor, señor,¿me puede liar un cigarrito? Es que con estos temblores, no puedo liármelos yo… - me dijo en cuanto abrí los ojos. Me ofrecía una bolsa de tabaco de liar. Parecía tener el mal de San Vito.
Me incorporé un poco, y me quedé mirándole, sin contestar. Tenía mal aspecto, el sudor chorreaba por su frente. Dejó la bolsa en el suelo, donde yo pudiera cogerla, para tener la mano libre y rascarse el brazo. Por lo visto, no le quedaba más de esa mierda que acostumbra a fumar. Mal rollo, para él.
-Vale, te lo lío y me largo a la fuente. Quiero lavarme.
Le lié el cigarro, se me da bien, yo también los fumo, son más baratos. Se lo tendí en seguida, pensando que me daría las gracias y me dejaría en paz.
-Gracias, tío. Es que yo no puedo, ¿sabes? - se quedó callado un momento, pero al final se atrevió - ¿No tendrás unas moneditas? Es que estoy a dos velas, ¿sabes?
-¿Me ves con pinta de ser el rey de España, colega? ¡Mírame! Estoy tan tirao como tú. Bueno, tan tirao no. Por lo menos no estoy enmonao. Y eso ya es mucho. Deberías dejar esa mierda.
Se puso a llorar. Las lágrimas le hicieron churretes, formando ríos de limpieza en su cara. Balbuceaba, no conseguí entenderle. Sabía que solo me traería problemas. Yo me apaño bien, en mi carrito de supermercado ya llevo todo lo que necesito en este oscuro mundo. Lo que menos falta me hace es ser la niñera de un yonki. Estuve a punto de levantarme, coger el saco y largarme con mi carrito, al bar de Luis, que todos los días me invitaba a un café, porque le caigo bien, y le entretengo. Entre las nueve y las diez no suele tener clientela. Miré el reloj que me encontré hace más de un año en la basura. Era buena hora para ir.
El seguía llorando, sentado en el suelo, con la cabeza entre las manos.
-¿Te vienes a tomar un café? El señor Luis te invita.
Levantó la cabeza y se me quedó mirando.
-Quiero dejarlo.
-¿El café? - le pregunté deprisa. Intentó una sonrisa que se quedó en mueca.
-No, - dijo con voz rota - el caballo.
-Muy bien chaval. Harás bien. Venga, vente. Pero vamos a pasar antes por la fuente, para lavarnos un poco la cara, anda.
Y le llevé conmigo. Como era martes, le enseñe a recoger la fruta sobrante del mercadillo.
-Con esto aguantamos hasta la noche, y luego nos vamos a los contenedores de enfrente de un supermercado que conozco, a ver qué hay.
-¿Ya no te queda vino?
-No, pero tranquilo, luego me paso por la tiendecilla de un amigo, que siempre me fía algún cartón.
-Puuuff, tío, estoy fatal.
-Resiste, estás pasando lo peor. Tres días más y lo habrás superado, colega. - le di una palmada en la espalda.
Ya era tarde cuando volvimos al parque, a dormir sobre la hierba. Había estado preguntándome que si tocaba la guitarra esa que llevo en el carro. Le dije que solo a veces, cuando estaba de buen humor.
En cuanto nos tumbamos, insistió tanto que tuve que sacarla y hacerle unos acordes, no sé hacer mucho más.
Como ahora, dos días después. Todavía tiembla tanto que no puede liarse los cigarros. Se lo hago, y en cuanto lo enciende, me dice:
-Tócala otra vez, tío. Me ayuda a no pensar en el caballo.
Le doy otro tiento al vino, se lo paso, y le canto a él, a mí, al parque, al mundo…
“Somos brillo entre basura,
medalla de bronce al fracaso,
restos secos de cordura,
somos los de debajo.
Somos la agonía pura,
el llanto del tallo quebrado,
llevamos la vida más dura,
… la del abandonado.”
… pero mi voz nunca llega a sus oídos.
NI POR ESAS
“Mantenga usted la compostura que caracteriza a los señores de tan alta alcurnia como la de vuecencia, y tenga usted la bondad de auxiliar con un pequeño óbolo a este pobre desamparado, cuyo mayor delito fue aspirar a ser poseedor de una vivienda digna donde disfrutar del reposo nocturno de su osamenta tras la dura jornada laboral de cada día.
Por desgracia, tras sufrir el varapalo del despido, y no poder seguir estando al corriente en el pago de las mensualidades hipotecarias, este pobre diablo que ahora suplica su generosa clemencia, sufrió el revés definitivo de contemplar cómo el embargo le dejaba en la puta calle, disculpe su excelencia la subida de tono, teniendo en cuenta el fuego que cabalga por mis venas cada vez que acude a mi mente el recuerdo de tan infame suceso.
Por supuesto, no voy a regatear con usted, y cualquier suma, por insignificante que a su merced le pueda parecer, será aceptada de buen grado y con mejor sonrisa, por este pobre diablo víctima de las circunstancias y vaivenes del Gran Mercado.
También la bella dama que le acompaña, cuyo esplendor, tal que la más brillante estrella, deslumbra mi arrebolada faz, y magnifica esta mañana de otoño, puede obsequiarme con la dádiva que a ella le parezca más oportuna. Aceptaría incluso una pequeña guedeja rubia de su espléndida y bien cuidada cabellera. No para hacer ningún hechizo, si no para guardarla y atesorarla como oro en paño, para poder recordar con total claridad el afortunado día en que fui agasajado con la atención y el obsequio de tan magnánima e ilustrísima pareja.”
Por fin, falto de aliento y con las mejillas arreboladas, el mendigo quedó callado, y se arrodilló, mientras extendía su mano, en ese internacional gesto del pedigüeño.
“Aparta, borracho”, fue la única respuesta que obtuvo.
“Cerdos”, murmuró el mendigo entre dientes, mientras contemplaba las dos espaldas que se perdían tras una esquina.
DE REGRESO
DE REGRESO
He empezado por ponerme el jersey al revés. Quiero darle la vuelta a todo. Aunque en seguida ha venido un celador a frustrarme. “Doña Lucía, se le está olvidando vestirse”, me ha dicho, con esa estúpida sonrisa condescendiente. Es el más idiota de los cuatro que tenemos aquí. Cree que porque somos viejos no nos damos cuenta de las cosas. Marcial, el de la cadera de titanio, me ha dicho que tiene un plan de fuga, y necesita tres voluntarios. Yo le he contestado que si me quisiera largar de aquí, me bastaría con chantajear a mi hija la próxima vez que venga a visitarme.
Lo que yo quiero es volver, volver atrás, como cuando nos juntamos la cuadrilla en el cuarto de la tele, a rememorar nuestras hazañas, y nuestros ojos brillan, y la cara se nos enciende, y la juventud se nos asoma por las arrugas, como si no la hubiéramos perdido del todo. No importa que siempre sean las mismas batallitas. Ya nos las sabemos. Pero nos gusta asomarnos de nuevo, degustar otra vez las mieles de aquellos tiempos, menudas piernas tenía yo antes de la guerra, los mozos del pueblo se volvían locos por mí. Disfrutamos con lo que nos queda, nos agarramos a los recuerdos para no olvidar quiénes somos, entre tanto cambio, tanta prohibición, tanto peligro. Ya lo dice Lucián, que fue sereno, “ser viejo perjudica gravemente la salud”. Necesitamos ese punto fijo de apoyo, para levantarnos de nuestras sillas de ruedas y confirmar que somos lo que fuimos, aunque no seamos como fuimos.
Pero son viajes cortos, y siempre con billete de ida y vuelta. Yo ya estoy harta, así que he decidido darle la vuelta a todo, volver, volver atrás, a mi pueblo, a mi niñez, a los sembraos del Tío Carmelo, los campos de margaritas en primavera, los paseos en bici con mi hermano, para visitar a la abuela Tomasa, que vive en el pueblo de al lado, llegar con la sonrisa puesta, la coleta ondeando, aupándome de puntillas para asomarme por la ventana, y anunciarle a la abuelita nuestra llegada. Ella saldrá con los brazos abiertos, llenos de ternura, y nos invitará a tomar limonada. ¡Qué rica está!, ¿verdad Pablo?
-Doña Lucía, ¿está usted bien? ¿Doña Lucía? ¡Fabián, corre, ayúdame, a Lucía le ha dado un paro cardíaco!
FUTURO
No lo sabes todavía, apenas eres un niño. Pero dentro de veinte años, conseguirás tener la primera entrevista de trabajo de tu vida. Sin embargo, no estarás contento. Sabrás que no te cogerán, demasiados candidatos, y tú no estarás capacitado, habrás mentido en tu currículum. Y más te valdrá tener cuidado, sabrás que no podrás faltar a esa entrevista, o cometerías delito de nivel 2, cuarenta meses de trabajos forzados construyendo túneles carretera. Pero si descubrieran que habrás mentido, el delito será de nivel 5, y te caerán dieciocho años.
Así que te prepararás lo mejor que puedas, y harás esa entrevista. Tu libertad dependerá de ello. Decidirás coger el metro, lo que te costará no poder pagar el alquiler de la tienda de campaña donde vivirás, y el jefe de sección te obligará a limpiar las letrinas y reponer el matarratas. Te pondrá otra cruz, y te advertirá que a la próxima serás expulsado.
En cuanto llegues al andén del metro, te arrepentirás de no haber recorrido a pie los catorce kilómetros hasta el centro de la ciudad. Verás que el cartel luminoso anunciará: “Próximo tren en 3 horas 54 minutos”. Habrá ancianas sentadas en los bancos, haciendo calceta, y niños jugando al balón en las vías. Tú te sentarás, sabiendo que la espera será larga, en un banco de la esquina, donde no habrá nadie, y te pondrás a mirar una de las muchas pantallas de televisión, que darán siempre el noticiario. Un tipo se sentará a tu lado. La televisión dirá:
“La presidenta de la Comunidad, Consolación Esparza, ha anunciado esta mañana con gran júbilo que se ha conseguido recortar el paro en un dos por ciento, reduciéndose por tercer trimestre consecutivo, hasta alcanzar el mejor nivel de los últimos diez años, con apenas un sesenta y ocho por ciento. La presidenta … “
El tipo de al lado te dará un suave codazo, para llamar tu atención, y te dirá, señalando a la pantalla:
-Es mentira, ¿sabes? Lo que pasa es que el otro día hubo una manifestación anti paro. Mi cuñado fue, por eso lo sé. Los gasearon a todos, más de dos mil personas murieron. Aunque eso no lo dicen en las noticias. Por eso ha bajado el paro.
Se quedará mirándote a los ojos, esperando tu respuesta, y tú reaccionarás como si tuviera la lepra. Sabrás que estará cometiendo un delito de nivel 6. Te levantarás de tu asiento, y te irás a la otra esquina, pensando en que te habrás topado con un loco, de esos que dirán que en un tiempo, no hará mucho, la gente, cuando votaba, podía elegir entre más de dos candidatos.
-¡Sí, eso, huye, que estoy majareta, porque veo el mundo que me rodea! - te gritará mientras te alejas.
Le ignorarás, no se le hace caso a perroflautas conspiranoicos, que solo pretenderán desequilibrar la democracia y el estado de bienestar. Decidirás que tan solo son chalados y soñadores. Encontrarás otro asiento, entre dos señoras que te parecerán bastante decentes, hasta que descubras que una le estará recitando poemas al oído de la otra. Delito nivel 3, pensarás, horrorizado, decidiendo acurrucarte en un rinconcito, donde no habrá nadie. No querrás verte mezclado en ningún otro peligro, y tratarás de concentrarte en estar preparado para superar la entrevista, y que no descubran que tú también eres un delincuente, pues mentiste en tu currículum.
Tu cabeza dará mil vueltas, pensando, y así pasará el tiempo, hasta que el megáfono, por fin, anuncie: “Próximo tren llegará en quince minutos, por favor, señores pasajeros, desalojen las vías y permanezcan atentos”. Oirás a alguien llamar a los niños, para que suban al andén, y ellos protestarán, hasta que el padre de uno de ellos baje a llevárselo en brazos, tras soltarle un sopapo. Por fin, dos luces al fondo de un túnel negro, y aparecerá el metro. No podrás ver el interior de los vagones, pues todas las ventanillas estarán tapadas por unos carteles publicitarios que pondrán: “Metro de Madrid: Más por Menos”.
Te montarás, y lograrás llegar a esa entrevista a tiempo, por los pelos. El resto, no puedo verlo, y además por siete euros, ya te he leído la mano bastante. Ahora sal a la calle, niño, y dile a todo el mundo con el que te encuentres que soy la mejor adivina de la feria.
MENSAJE EN BOTELLA
Por fin, un día cualquiera, por ejemplo Sábado, se aburrió de ofrecerle un amanecer como todos los días, y decidió arrojar a sus pies una botella de vino. La cogió por curiosidad, para ver la marca. Comprobó que estaba vacía, tenía el corcho puesto. "¡Puaahghh!", exclamó al ver que era un Valdepeñas del Guarrefoul, de esos baratos. Pero entonces, vio que llevaba un papel dentro, aunque tampoco hubiera tirado la botella, primero porque él nunca arroja porquería al mar, y segundo porque pensaba usarla para partir almendras. Intrigado, trató de abrirla. Pero no pudo sacar el corcho con las manos. Estaba muy mojado, y se había hinchado mucho.
Para que no se impaciente el lector, teniendo que esperar a que el protagonista vuelva a casa y busque algún utensilio adecuado para sacar el corcho y poder ver qué pone en ese papel que lleva dentro la botella, usaré un truco, porque este es mi cuento y aquí mando yo, único sitio.
El protagonista sacó su navaja suiza del bolsillo izquierdo de su chupa de cuero. El que tiene cremallera no, el que está más abajo. Disponía de treinta y dos utilidades, entre las cuales, por supuesto, se incluía un sacacorchos. Consiguió quitarle el corcho. Disculpen los lectores y lectoras, pero no se crean que sacó el papel enseguida, hay que joderse. Las botellas de vino tienen un cuello muy estrecho, y el papel se había desenrollado dentro de la botella. No caía.
El prota, lo llamo así para abreviar, arrojó la botella contra la arena, frustrado. Luego la recogió, se marchó de la playa, y en cuanto encontró un bordillo la estampó contra él, rompiéndola en mil pedazos, y dejando que la curiosidad se llevara por delante a su civismo. Al fin pudo recoger el papel del suelo.
Y bueno, ya hemos llegao a la resolución del cuento, ahora es cuando digo lo que ponía el papel que el señor Sábado, aliado con el mar, arrojó a los pies del prota. Aunque no sé si poner un anuncio ahora...
Era un ticket de supermercado, se podía leer claramente en el dorso "Guarrefoul", con su logotipo. Ponía:
Bodegas Peleón - 1,40 €
El prota maldijo y huyó del lugar, no fuera a venir un municipal a multarle.
ONÍRICOS BARRUNTOS
ONÍRICOS BARRUNTOS
-Dígame qué padezco, doctora. Cada día me duele más el bolsillo.
-Eh, sí, mi diagnóstico. Sufres de insolvencia crónica. Mal asunto. Tratamiento, poco o ninguno, espera que miro tus antecedentes penales, y si tienes alguna multa pendiente…
Contengo la respiración. El otro día me identificó la policía, por salir de un bar que estaba a dos manzanas de una manifestación. Había ido a una entrevista, a ver si me colocaba de camarero. Me hice muchas ilusiones al llegar. El bar estaba abarrotado. Pero en seguida comprendí que allí todos estábamos para lo mismo.
-Sí, aquí está, perdón, es que este cascajo se cuaja. Vaya. No hay antecedentes penales, pero sí una multa por resistencia a la autoridad. Hubo hasta una denuncia de agresión, que fue retirada. Entonces …
-¡Claro! El policía se partió un dedo al aporrearme. Desde entonces tengo el acúfeno, míralo si quieres.
-Perdona, no tenemos tiempo, así que déjame acabar, que tengo otros treinta y cuatro pacientes que atender en la próxima hora y media. El caso es que según el programa este, perteneces al grupo de cotización GL/805/D. Así que pagarás el treinta por ciento de los veinte euros que cuesta esta consulta, más el euro por la GETA (Gravamen Empresarial de Tasas Abusivas). Como no te receto nada, eso que te ahorras. En total son siete euros. ¿Efectivo o tarjeta?
Me despierto entre las sábanas. Sé que queda mejor decir que fue entre sudores, pero mentiría. Es invierno, y nunca enchufo la calefacción. Por el camino a un té rojo, voy pensando en lo realistas que son algunas pesadillas.
miércoles, 8 de junio de 2011
MI TURNO
MI TURNO
La pequeña pantallita emite un pitido. Ochenta y siete. Un tipo repeinado cuyo aspecto mejoraría sin los círculos de sudor en las axilas de su chaqueta, se levanta, se santigua, y entra.
Yo miro mi número. Pronto me tocará. Me faltan tres nada más. Pero la pequeña sala sigue abarrotada. Hace casi tres horas que llegué. No sospechaba que había gente que pasaba aquí la noche para ser de los primeros en coger número. Menos mal que me traje el mp3.
Sale el tipo del traje con manchas de sudor. Tiene los ojos acuosos, parece que se esté aguantando las ganas de llorar. Se va sin decir adiós. Es el turno de un joven impecablemente vestido, con un traje a rayas. Camina muy erguido hasta la puerta.
Un par de canciones después, sale. Está despeinado, con la corbata floja, y marcas de dedos en un moflete. Parece que le han pegado un buen bofetón. Refunfuña algo. “Tiene razón, soy una lombriz”, me ha parecido que murmuraba. Renqueante y encorvado, se marcha.
Se levanta el siguiente, que resulta ser un chaval perteneciente a alguna de esas tribus urbanas. Tiene los brazos llenos de tatuajes, y la cabeza rapada, excepto una cresta de color morado. A juzgar por la cantidad de piercings que tiene en la cara, no creo que fuera capaz de pasar por un detector de metales. Parece un tipo duro y pendenciero. Abre la puerta con fuerza, y entra.
Me apago la música. Soy el siguiente. Repaso mi estrategia. Controlo mi respiración, para relajarme. ”Estoy acostumbrado a estas situaciones”, me digo a mí mismo, aunque en voz alta. Noto que el tipo de al lado me mira, como si estuviera loco, pero no me importa. Yo a lo mío. Soy un funambulista, experto en caminar sobre el alambre de espino que me ha tocado recorrer. Me contemplo las palmas de las manos. No sudan, parezco tranquilo y seguro de mí mismo.
Un portazo, y aparece el de los tatuajes, lamiéndose los nudillos. Se va gritando. “¡Que le den al hijoputa ese! ¡Que haga una boutade, dice! ¿Qué coño será eso? ¡Adiós pringaos!”. Y desaparece, mientras la sala se llena de murmullos.
Mi turno. Me levanto y entro.
-Habrá traído currículum, supongo.
El tipo es gordo, huele un poco a alcohol, y tiene sangre resbalando por uno de sus labios, que se está empezando a hinchar.
La pequeña pantallita emite un pitido. Ochenta y siete. Un tipo repeinado cuyo aspecto mejoraría sin los círculos de sudor en las axilas de su chaqueta, se levanta, se santigua, y entra.
Yo miro mi número. Pronto me tocará. Me faltan tres nada más. Pero la pequeña sala sigue abarrotada. Hace casi tres horas que llegué. No sospechaba que había gente que pasaba aquí la noche para ser de los primeros en coger número. Menos mal que me traje el mp3.
Sale el tipo del traje con manchas de sudor. Tiene los ojos acuosos, parece que se esté aguantando las ganas de llorar. Se va sin decir adiós. Es el turno de un joven impecablemente vestido, con un traje a rayas. Camina muy erguido hasta la puerta.
Un par de canciones después, sale. Está despeinado, con la corbata floja, y marcas de dedos en un moflete. Parece que le han pegado un buen bofetón. Refunfuña algo. “Tiene razón, soy una lombriz”, me ha parecido que murmuraba. Renqueante y encorvado, se marcha.
Se levanta el siguiente, que resulta ser un chaval perteneciente a alguna de esas tribus urbanas. Tiene los brazos llenos de tatuajes, y la cabeza rapada, excepto una cresta de color morado. A juzgar por la cantidad de piercings que tiene en la cara, no creo que fuera capaz de pasar por un detector de metales. Parece un tipo duro y pendenciero. Abre la puerta con fuerza, y entra.
Me apago la música. Soy el siguiente. Repaso mi estrategia. Controlo mi respiración, para relajarme. ”Estoy acostumbrado a estas situaciones”, me digo a mí mismo, aunque en voz alta. Noto que el tipo de al lado me mira, como si estuviera loco, pero no me importa. Yo a lo mío. Soy un funambulista, experto en caminar sobre el alambre de espino que me ha tocado recorrer. Me contemplo las palmas de las manos. No sudan, parezco tranquilo y seguro de mí mismo.
Un portazo, y aparece el de los tatuajes, lamiéndose los nudillos. Se va gritando. “¡Que le den al hijoputa ese! ¡Que haga una boutade, dice! ¿Qué coño será eso? ¡Adiós pringaos!”. Y desaparece, mientras la sala se llena de murmullos.
Mi turno. Me levanto y entro.
-Habrá traído currículum, supongo.
El tipo es gordo, huele un poco a alcohol, y tiene sangre resbalando por uno de sus labios, que se está empezando a hinchar.
miércoles, 2 de marzo de 2011
QUEJAS MUDAS
QUEJAS MUDAS
Me lo encontré por casualidad, cuando volvía de tomarme unas cervezas. Consciente de que no aguantaría hasta llegar a casa, me paré a orinar contra un árbol del parque. Antes de que me subiera la cremallera, alguien dijo a mi espalda “¡ahí no!”. Al girarme, le vi. Era un tipo muy raro, calvo, y con la cabeza muy grande, en forma de huevo. Apenas tenía dos agujeritos por nariz, pero sus ojos eran enormes y redondos. Vestía una especie de mono a cuadros, con colores muy chillones, que terminaban de darle un aspecto estrafalario. Dio un estornudo, y me asusté un poco al ver que su pecho se comenzaba a ensanchar y contraer de un modo asombrosamente rápido. Su boca comenzó a emanar un denso vapor verde. Dudé entre salir corriendo sin mirar atrás, o dejarme arrastrar por la curiosidad.
-Perdona,- me dijo - es que todavía estoy aclimatándome a vuestra atmósfera.
-¿Cómo dices?- yo ya había decidido que me quedaba.
-El aire de Emporio es parecido al vuestro, pero no exactamente igual. Mis cinco pulmones echan de menos el silicio y el potasio. Pero se acostumbrarán pronto. Además me duele la cabeza, y me caigo de sueño. Creo que tengo jet lag. Claro, un viaje tan largo…
-¿Cinco pulmones, me tomas el pelo? Y eso de Emporio, ¿qué es, una multinacional norteamericana?
-¡Oh, no! Es una luna que orbita Kazike, un gigante gaseoso en el sistema de una estrella llamada Emperatriz, a unas trescientas docenas de años luz de aquí.
-¿Cómo que docenas?
-Sí, es que nosotros usamos el sistema sexagesimal, que nos es más cómodo, porque tenemos seis dedos, mira. - y me enseñó las manos. Efectivamente, tenía seis dedos larguísimos, seguro que sería buen guitarrista si se lo propusiera.
-Y oye, ¿cómo que sabes mi idioma?
-En realidad estamos hablando telepáticamente. Por eso te grité que no orinaras contra el árbol. El pobre árbol estaba protestando “¡aquí no, aquí no!”. Comprendí que tu no le oías, y te transmití sus quejas.
Sonó un zumbido, no sé muy bien de dónde venía, y me dijo:
-Tengo que irme, mi mujer me llama para cenar.
Se formó una extraña burbuja que parecía estar hecha de agua, del tamaño de una naranja, justo en frente de él. La tocó con un dedo, y desapareció, en un estallido de luz y energía.
Me lo encontré por casualidad, cuando volvía de tomarme unas cervezas. Consciente de que no aguantaría hasta llegar a casa, me paré a orinar contra un árbol del parque. Antes de que me subiera la cremallera, alguien dijo a mi espalda “¡ahí no!”. Al girarme, le vi. Era un tipo muy raro, calvo, y con la cabeza muy grande, en forma de huevo. Apenas tenía dos agujeritos por nariz, pero sus ojos eran enormes y redondos. Vestía una especie de mono a cuadros, con colores muy chillones, que terminaban de darle un aspecto estrafalario. Dio un estornudo, y me asusté un poco al ver que su pecho se comenzaba a ensanchar y contraer de un modo asombrosamente rápido. Su boca comenzó a emanar un denso vapor verde. Dudé entre salir corriendo sin mirar atrás, o dejarme arrastrar por la curiosidad.
-Perdona,- me dijo - es que todavía estoy aclimatándome a vuestra atmósfera.
-¿Cómo dices?- yo ya había decidido que me quedaba.
-El aire de Emporio es parecido al vuestro, pero no exactamente igual. Mis cinco pulmones echan de menos el silicio y el potasio. Pero se acostumbrarán pronto. Además me duele la cabeza, y me caigo de sueño. Creo que tengo jet lag. Claro, un viaje tan largo…
-¿Cinco pulmones, me tomas el pelo? Y eso de Emporio, ¿qué es, una multinacional norteamericana?
-¡Oh, no! Es una luna que orbita Kazike, un gigante gaseoso en el sistema de una estrella llamada Emperatriz, a unas trescientas docenas de años luz de aquí.
-¿Cómo que docenas?
-Sí, es que nosotros usamos el sistema sexagesimal, que nos es más cómodo, porque tenemos seis dedos, mira. - y me enseñó las manos. Efectivamente, tenía seis dedos larguísimos, seguro que sería buen guitarrista si se lo propusiera.
-Y oye, ¿cómo que sabes mi idioma?
-En realidad estamos hablando telepáticamente. Por eso te grité que no orinaras contra el árbol. El pobre árbol estaba protestando “¡aquí no, aquí no!”. Comprendí que tu no le oías, y te transmití sus quejas.
Sonó un zumbido, no sé muy bien de dónde venía, y me dijo:
-Tengo que irme, mi mujer me llama para cenar.
Se formó una extraña burbuja que parecía estar hecha de agua, del tamaño de una naranja, justo en frente de él. La tocó con un dedo, y desapareció, en un estallido de luz y energía.
lunes, 28 de febrero de 2011
EUREKA
EUREKA
Tras diez años de intensa búsqueda, encontré Ciudad Carnal. Resultó que estaba construida bajo el desierto de los Monegros, y por eso me costó tanto averiguar su enclave. Cuando tropecé con un maño en un bar de Calatayud, volcándole la mitad del cubata sobre su estrafalaria camisa a cuadros, descubrí que allí son muy brutos. Después del primer puñetazo, caí al suelo. El dueño del bar, un mafioso dueño de un gran emporio en Aragón, ordenó a sus gorilas que nos echaran a los dos. Tras una dolorosa patada en el culo, comprobé con agrado que el otro había recibido el mismo tratamiento.
Nos habían sacado por la puerta de atrás, que daba a un oscuro y sucio callejón. Miré temeroso al maño. Ahora estaría más cabreado aun, seguro que la tomaba conmigo. Primero pegó un gran estornudo, yo le dije “Lenin”, el me miró sonriendo, y me preguntó “¿no querrás decir Jesús?”. Yo le contesté que creía más en la existencia de Lenin, él se echó a reír y me propuso ir a otro garito a terminar de emborracharnos. Acepté, tras darle las gracias por no seguir pegándome.
Bebimos y charlamos, hasta bien amanecido. Su camisa no dejaba de emanar efluvios del cubata que yo le había tirado encima, lo que me hacía sentir culpable. Me contó que era camionero, y conocía Aragón como la palma de su mano.
Fue ya casi al despedirnos, sentados en un parque con sendos litros de cerveza, cuando, con los ojos casi cerrados, porque nos pegaba el sol en la cara, me habló de mi quimera, esa gran ciudad de vicio y perversión llamada Ciudad Carnal. Le pedí que me llevara al momento, pero él se limitó a escribir en un papel las coordenadas exactas, justo antes de quedarse dormido mientras me aseguraba que no estaba en condiciones de conducir.
Así que le dejé dormir, y cogí un taxi, notando que mi bragueta se empezaba a ensanchar, imaginando que allí usarían el sistema sexagesimal, harían sexámenes, sexplorariones, y todo sería sexquisito.
Maldije mi mala suerte al llegar. Tan sólo era una ciudad llena de Cutrer Kings, McDollars, y algún asador que otro. En la puerta, había un cartel, que me decidió a vomitar primero, y a desistir después, de mi intención de visitar la ciudad:
“Prohibido atravesar esta puerta portando cualquier tipo de vegetal, u otro alimento que no sea carne”.
Tras diez años de intensa búsqueda, encontré Ciudad Carnal. Resultó que estaba construida bajo el desierto de los Monegros, y por eso me costó tanto averiguar su enclave. Cuando tropecé con un maño en un bar de Calatayud, volcándole la mitad del cubata sobre su estrafalaria camisa a cuadros, descubrí que allí son muy brutos. Después del primer puñetazo, caí al suelo. El dueño del bar, un mafioso dueño de un gran emporio en Aragón, ordenó a sus gorilas que nos echaran a los dos. Tras una dolorosa patada en el culo, comprobé con agrado que el otro había recibido el mismo tratamiento.
Nos habían sacado por la puerta de atrás, que daba a un oscuro y sucio callejón. Miré temeroso al maño. Ahora estaría más cabreado aun, seguro que la tomaba conmigo. Primero pegó un gran estornudo, yo le dije “Lenin”, el me miró sonriendo, y me preguntó “¿no querrás decir Jesús?”. Yo le contesté que creía más en la existencia de Lenin, él se echó a reír y me propuso ir a otro garito a terminar de emborracharnos. Acepté, tras darle las gracias por no seguir pegándome.
Bebimos y charlamos, hasta bien amanecido. Su camisa no dejaba de emanar efluvios del cubata que yo le había tirado encima, lo que me hacía sentir culpable. Me contó que era camionero, y conocía Aragón como la palma de su mano.
Fue ya casi al despedirnos, sentados en un parque con sendos litros de cerveza, cuando, con los ojos casi cerrados, porque nos pegaba el sol en la cara, me habló de mi quimera, esa gran ciudad de vicio y perversión llamada Ciudad Carnal. Le pedí que me llevara al momento, pero él se limitó a escribir en un papel las coordenadas exactas, justo antes de quedarse dormido mientras me aseguraba que no estaba en condiciones de conducir.
Así que le dejé dormir, y cogí un taxi, notando que mi bragueta se empezaba a ensanchar, imaginando que allí usarían el sistema sexagesimal, harían sexámenes, sexplorariones, y todo sería sexquisito.
Maldije mi mala suerte al llegar. Tan sólo era una ciudad llena de Cutrer Kings, McDollars, y algún asador que otro. En la puerta, había un cartel, que me decidió a vomitar primero, y a desistir después, de mi intención de visitar la ciudad:
“Prohibido atravesar esta puerta portando cualquier tipo de vegetal, u otro alimento que no sea carne”.
QUE NO Y UN DE QUÉ VAS
QUE NO Y UN DE QUÉ VAS
Tal vez al despertar sienta el ladrido,
es fétido su aliento tras la nuca.
El perro de azul con sangre se educa,
y luego te dirán un yo no he sido.
Quizás, si sigue algo fofo y dormido,
verá su vida tan rota y caduca,
que para el sostén de vino y manduca,
habrá de mendigarse haciendo ruido.
Si intenta conseguir un buen postigo,
ostiazo de la suerte que haga fuerte,
volviendo a sacar el aire del frigo,
incluso sonreirá en el parque al verte,
con ganas de querer ser mal amigo,
más tonto has de ser tú para que acierte.
Tal vez al despertar sienta el ladrido,
es fétido su aliento tras la nuca.
El perro de azul con sangre se educa,
y luego te dirán un yo no he sido.
Quizás, si sigue algo fofo y dormido,
verá su vida tan rota y caduca,
que para el sostén de vino y manduca,
habrá de mendigarse haciendo ruido.
Si intenta conseguir un buen postigo,
ostiazo de la suerte que haga fuerte,
volviendo a sacar el aire del frigo,
incluso sonreirá en el parque al verte,
con ganas de querer ser mal amigo,
más tonto has de ser tú para que acierte.
miércoles, 1 de diciembre de 2010
EL FALLO
EL FALLO
“Buenos días. Soy un extraterrestre, aunque no puedo demostrarlo. No es un farol. Soy pura energía, así que en modo alguno me mostraré suplicante con ustedes para que crean mis afirmaciones. Me da igual si no saben distinguir un perturbado mental de un auténtico viajero interestelar. Lo cierto es que nací dentro de una estrella, situada a no menos de dos mil años luz de su planeta. Sus científicos se equivocan al afirmar conocer los procesos que tienen lugar en el núcleo de una estrella. Para que sus poco evolucionadas mentes puedan comprender esto, les pondré una metáfora:
Las estrellas son como un puchero, donde se cuecen diferentes cosas, entre ellas, los seres como yo. Aunque ustedes conocen los condimentos empleados, ignoran el guiso resultante, y los complicados mecanismos mediante los cuales mi raza nace. Podríamos decir que el parto se produce en el momento en que la estrella colapsa y explosiona, lanzando al espacio diferentes cosas, entre ellas a mi raza. Estuve viajando casi a la velocidad de la luz durante mucho tiempo, tanto que resulta inconcebible para la mente humana. Fue por casualidad que llegué a su planeta, disuelto entre rayos de sol. Fui a caer en un parque. Era de noche, y el único ente vivo que encontré resultó ser la persona a la que ustedes están juzgando, Javi Olador, presunto autor de catorce violaciones y doce asesinatos, todos ellos producidos en el pueblo de Móstoles. No tuve más remedio que colarme a través de su occipucio, para sobrevivir. La atmósfera de su planeta me hubiera descompuesto en pocos minutos. Después dejé que mi huésped me guiara hasta su casa, donde hora y media después me detuvo la policía.
Así pues, señoría, me declaro inocente, al no ser la persona que ustedes creen, pues de hecho, ni siquiera soy una persona. He dicho.”
La sala quedó en silencio. Todos los ojos estaban fijos en el acusado, llenos de asombro e incredulidad. Alguien dijo, entre risas, “¡qué morro!”. Se escucharon más risas y cuchicheos, hasta que el juez pegó un martillazo y reclamó silencio en la sala. Dijo su veredicto, “culpable”, y volvió a dar un martillazo. En ese momento, mientras la mirada de Javi Olador cambiaba, y preguntaba “¿dónde estoy?”, el juez sintió algo extraño en la nuca, y comprendió que su fallo era un error, justo antes de perder la consciencia.
“Buenos días. Soy un extraterrestre, aunque no puedo demostrarlo. No es un farol. Soy pura energía, así que en modo alguno me mostraré suplicante con ustedes para que crean mis afirmaciones. Me da igual si no saben distinguir un perturbado mental de un auténtico viajero interestelar. Lo cierto es que nací dentro de una estrella, situada a no menos de dos mil años luz de su planeta. Sus científicos se equivocan al afirmar conocer los procesos que tienen lugar en el núcleo de una estrella. Para que sus poco evolucionadas mentes puedan comprender esto, les pondré una metáfora:
Las estrellas son como un puchero, donde se cuecen diferentes cosas, entre ellas, los seres como yo. Aunque ustedes conocen los condimentos empleados, ignoran el guiso resultante, y los complicados mecanismos mediante los cuales mi raza nace. Podríamos decir que el parto se produce en el momento en que la estrella colapsa y explosiona, lanzando al espacio diferentes cosas, entre ellas a mi raza. Estuve viajando casi a la velocidad de la luz durante mucho tiempo, tanto que resulta inconcebible para la mente humana. Fue por casualidad que llegué a su planeta, disuelto entre rayos de sol. Fui a caer en un parque. Era de noche, y el único ente vivo que encontré resultó ser la persona a la que ustedes están juzgando, Javi Olador, presunto autor de catorce violaciones y doce asesinatos, todos ellos producidos en el pueblo de Móstoles. No tuve más remedio que colarme a través de su occipucio, para sobrevivir. La atmósfera de su planeta me hubiera descompuesto en pocos minutos. Después dejé que mi huésped me guiara hasta su casa, donde hora y media después me detuvo la policía.
Así pues, señoría, me declaro inocente, al no ser la persona que ustedes creen, pues de hecho, ni siquiera soy una persona. He dicho.”
La sala quedó en silencio. Todos los ojos estaban fijos en el acusado, llenos de asombro e incredulidad. Alguien dijo, entre risas, “¡qué morro!”. Se escucharon más risas y cuchicheos, hasta que el juez pegó un martillazo y reclamó silencio en la sala. Dijo su veredicto, “culpable”, y volvió a dar un martillazo. En ese momento, mientras la mirada de Javi Olador cambiaba, y preguntaba “¿dónde estoy?”, el juez sintió algo extraño en la nuca, y comprendió que su fallo era un error, justo antes de perder la consciencia.
lunes, 29 de noviembre de 2010
PARDILLO PIERDE
PARDILLO PIERDE
Tras marcarse un farol que no coló, McMeiniac perdió todas sus pertenencias, que quedaron expuestas a los ojillos de buitre del gordo, cuyo sudor empapaba su camisa y enrarecía el ambiente más que el puro a medio fumar que sujetaba entre sus dedos de morcilla. Los demás miraban, sin decir nada, casi sin respirar, escudriñando alternativamente los rostros de los contendientes, tratando de adivinar sus cartas. Todos sabían que McMeiniac era un pardillo, con su aspecto de niño bien criado en colegio inglés. Su papá tenía mucho dinero, así que era presa fácil. El gordo, mejor que nadie, sabía distinguir a las personas. Se decía que para poder jugar con el gordo en igualdad de condiciones, lo mejor era ponerse una máscara y gafas de sol, para que no pudiera leerte el pensamiento con sólo mirarte.
Las llaves del Audi quedaron sobre el tapete verde. Y el Rólex de oro. Y el gran fajo de billetes de cien euros. Incluso los casi tres gramos de cocaína que había comprado por la tarde. Ahora todo era del gordo, que sonreía, pero no decía nada. Fue MacMeiniac quien habló. Parecía a punto de ponerse a hacer pucheros.
-Por favor, Gordo, déjame una revancha. - su tono era suplicante.
-Por mí muy bien, pero otro día. No sé qué más podrías perder hoy. Supongo que podrías apostar tu traje italiano y tus zapatos, pero ya imaginarás que nada de eso es de mi talla. Vuelve cuando quieras, por aquí me encontrarás.
-Puedo ir al cajero. Tardo poco. Y echamos otra partida.
-Mira, MacMeiniac, pronto amanecerá. Llevamos toda la noche jugando. Estoy cansado y borracho, y necesito dormir. No quiero jugar más. Has perdido todo, y la partida se ha acabado. Vuelve otro día y echamos la revancha.
Pero el joven ha cambiado su tono de súplica por una voz chillona. Está furioso.
-No me jodas, Gordo. Tengo derecho a …
-¡Calla! - le dice uno de los espectadores, un tipo alto y fuerte, al que MacMeiniac no había prestado atención, desconociendo que era el matón del gordo. Le está apretando contra la nuca una pistola que ha sacado del bolsillo. - Es pequeña, de poco calibre, pero te aseguro que a esta distancia, tu occipucio va a desayunar plomo a palo seco, sin condimentos. Mejor calla y vete.
Todos miraron el culo de McMeiniac mientras desaparecía. Se había cagado.
Tras marcarse un farol que no coló, McMeiniac perdió todas sus pertenencias, que quedaron expuestas a los ojillos de buitre del gordo, cuyo sudor empapaba su camisa y enrarecía el ambiente más que el puro a medio fumar que sujetaba entre sus dedos de morcilla. Los demás miraban, sin decir nada, casi sin respirar, escudriñando alternativamente los rostros de los contendientes, tratando de adivinar sus cartas. Todos sabían que McMeiniac era un pardillo, con su aspecto de niño bien criado en colegio inglés. Su papá tenía mucho dinero, así que era presa fácil. El gordo, mejor que nadie, sabía distinguir a las personas. Se decía que para poder jugar con el gordo en igualdad de condiciones, lo mejor era ponerse una máscara y gafas de sol, para que no pudiera leerte el pensamiento con sólo mirarte.
Las llaves del Audi quedaron sobre el tapete verde. Y el Rólex de oro. Y el gran fajo de billetes de cien euros. Incluso los casi tres gramos de cocaína que había comprado por la tarde. Ahora todo era del gordo, que sonreía, pero no decía nada. Fue MacMeiniac quien habló. Parecía a punto de ponerse a hacer pucheros.
-Por favor, Gordo, déjame una revancha. - su tono era suplicante.
-Por mí muy bien, pero otro día. No sé qué más podrías perder hoy. Supongo que podrías apostar tu traje italiano y tus zapatos, pero ya imaginarás que nada de eso es de mi talla. Vuelve cuando quieras, por aquí me encontrarás.
-Puedo ir al cajero. Tardo poco. Y echamos otra partida.
-Mira, MacMeiniac, pronto amanecerá. Llevamos toda la noche jugando. Estoy cansado y borracho, y necesito dormir. No quiero jugar más. Has perdido todo, y la partida se ha acabado. Vuelve otro día y echamos la revancha.
Pero el joven ha cambiado su tono de súplica por una voz chillona. Está furioso.
-No me jodas, Gordo. Tengo derecho a …
-¡Calla! - le dice uno de los espectadores, un tipo alto y fuerte, al que MacMeiniac no había prestado atención, desconociendo que era el matón del gordo. Le está apretando contra la nuca una pistola que ha sacado del bolsillo. - Es pequeña, de poco calibre, pero te aseguro que a esta distancia, tu occipucio va a desayunar plomo a palo seco, sin condimentos. Mejor calla y vete.
Todos miraron el culo de McMeiniac mientras desaparecía. Se había cagado.
miércoles, 17 de noviembre de 2010
CENA PELÍN TARDÍA
-Oye, Verónica, ¿no deberíamos haber escuchado ya que es la hora de la cena?
-Es que están rehabilitando el campanario, que se caía a cachos. Es lo que tienen los monumentos, que son muy viejos.
-Ummm, tu culo sí que es un monumento, ponlo acá que te lo arreglo. - le señalo mis rodillas. Se sienta.
-¿Estás cómodo, o te aplasto?
-Creo que las dos cosas. Seguramente dentro de unos minutos más bien la segunda. Pero quería gozar del contacto de tus prietas nalgas, cual jardinero comprobando que su flor preferida luce brillante y jugosa. - como se ha levantado, le pego un suave mordisco en una de sus nalgas. - ¡Ñaaaaammm!
-Quieto, tigre. Tranqui, eso luego. Tengo hambre, mejor cenamos, ¿no? Antes de que continúes con tus parrafadas líricas. ¡Brasas te pones, ostias!
-Anda, deslenguada, sí sé que te gustan…
-Por supuesto, majestad. - y me hace una exagerada reverencia. - va hacia la ventana, se asoma, mirando al cielo. Se queda ahí parada, sin decir nada.
-Bueno, ¿qué, va a llover o no? - está quieta, y no contesta. - ¿Oye? ¿Cariño, sigues ahí?
Por fin se da la vuelta. Su cara refleja un profundo asombro. Intenta decirme algo, pero es incapaz. De su boca solo salen balbuceos .
-¿Qué pasa, Verónica, has visto un burro volando? ¿A la Virgen? - sigue emitiendo ruidos inconexos que no consigo descifrar, mientras señala la ventana. - Tienes pinta de haber tenido una revelación. Patidifusa.
Me acerco a la ventana, intrigado. Hay una nave espacial flotando encima del parque de enfrente de casa. Miro a mi mujer, y ella me hace un gesto de asentimiento. Por lo visto, todavía no ha recobrado la capacidad del habla. Vuelvo a mirar, y veo a dos seres grises y cabezones bajando al suelo desde la nave, a través de un halo de luz azul. Cuando llegan abajo, el haz desaparece.
Más tarde, mientras mi mujer y yo nos abrazábamos mutuamente, llaman a la puerta. Son los dos seres. Uno de ellos trae una revista en la mano. Creo que es el Diez Canutos. Se nos quedan mirando fijamente. Luego miran en la revista, y empiezan a gruñir. Creo que están hablando. Uno de ellos, increíblemente, nos dice:
-Sois demasiado feos. No os abducimos.
Y se van. Suspiramos, mitad aliviados, mitad contrariados.
-¡Nos han llamado feos, ellos!
-Anda, vamos a cenar.
-Oye, Verónica, ¿no deberíamos haber escuchado ya que es la hora de la cena?
-Es que están rehabilitando el campanario, que se caía a cachos. Es lo que tienen los monumentos, que son muy viejos.
-Ummm, tu culo sí que es un monumento, ponlo acá que te lo arreglo. - le señalo mis rodillas. Se sienta.
-¿Estás cómodo, o te aplasto?
-Creo que las dos cosas. Seguramente dentro de unos minutos más bien la segunda. Pero quería gozar del contacto de tus prietas nalgas, cual jardinero comprobando que su flor preferida luce brillante y jugosa. - como se ha levantado, le pego un suave mordisco en una de sus nalgas. - ¡Ñaaaaammm!
-Quieto, tigre. Tranqui, eso luego. Tengo hambre, mejor cenamos, ¿no? Antes de que continúes con tus parrafadas líricas. ¡Brasas te pones, ostias!
-Anda, deslenguada, sí sé que te gustan…
-Por supuesto, majestad. - y me hace una exagerada reverencia. - va hacia la ventana, se asoma, mirando al cielo. Se queda ahí parada, sin decir nada.
-Bueno, ¿qué, va a llover o no? - está quieta, y no contesta. - ¿Oye? ¿Cariño, sigues ahí?
Por fin se da la vuelta. Su cara refleja un profundo asombro. Intenta decirme algo, pero es incapaz. De su boca solo salen balbuceos .
-¿Qué pasa, Verónica, has visto un burro volando? ¿A la Virgen? - sigue emitiendo ruidos inconexos que no consigo descifrar, mientras señala la ventana. - Tienes pinta de haber tenido una revelación. Patidifusa.
Me acerco a la ventana, intrigado. Hay una nave espacial flotando encima del parque de enfrente de casa. Miro a mi mujer, y ella me hace un gesto de asentimiento. Por lo visto, todavía no ha recobrado la capacidad del habla. Vuelvo a mirar, y veo a dos seres grises y cabezones bajando al suelo desde la nave, a través de un halo de luz azul. Cuando llegan abajo, el haz desaparece.
Más tarde, mientras mi mujer y yo nos abrazábamos mutuamente, llaman a la puerta. Son los dos seres. Uno de ellos trae una revista en la mano. Creo que es el Diez Canutos. Se nos quedan mirando fijamente. Luego miran en la revista, y empiezan a gruñir. Creo que están hablando. Uno de ellos, increíblemente, nos dice:
-Sois demasiado feos. No os abducimos.
Y se van. Suspiramos, mitad aliviados, mitad contrariados.
-¡Nos han llamado feos, ellos!
-Anda, vamos a cenar.
jueves, 28 de octubre de 2010
FELIZ RETIRO
FELIZ RETIRO
Le visito porque disfruto, me lo paso bien con el viejo. Me da pena, siempre está muy sólo, y además, desde que cayó con Moriarty por el acantilado, se quedó sordo, y ya no se entera de nada. Nosotros hablamos con una pizarra, y en inglés, porque como es sordo, no ha logrado aprender el castellano. Me dijo que un detective privado que estuviera privado de uno de sus seis sentidos ya no podía ser un buen detective, así que recogió su violín y las drogas que guardaba en Baker street, despidió a la bondadosa mis Hudson, que lloró mucho y no dejó de repetir “son muchos años de servicio, para que me lo pague así, mal nacido”. Afortunadamente, como el señor Holmes estaba sordo, no se ofendió y le dio un abrazo, momento en el que mis Hudson aprovechó para tratar de clavarle un abrecartas. Pero falló, porque además de producirle la sordera, la caída por el acantilado le rompió muchas costillas, y se las habían cambiado por unas de aleación de titanio. El abrecartas quedó hecho un churro en el suelo, y Sherlock ni siquiera se enteró, pensó que le había picado un mosquito. Al final mis Hudson se fue muy enfadada, pero sin vengarse. Y el señor Holmes se quedó pensativo, paseando por la casa, despidiéndose de ella, y decidiendo si avisaba a Watson. Probablemente su viejo amigo trataría de convencerle para que se quedara, y resolviera alguno de los casos que el inspector Lestrade les consultara. Pero estaba sordo, le dolía mucho la espalda, y sentía cierta congoja por la muerte de su némesis, Moriarty. Ya nunca nada podría ser igual.
Decidió no decirle nada a Watson. Ya le mandaría una postal desde el asilo donde pensaba pasar sus últimos años de vida, resolviendo pequeños casos, como quién ha robado el mando de la tele, quién se ha comido un peón del ajedrez, o quién se ha cagado encima. Sí, viviría bien, en un lugar tranquilo y soleado del sur de España. Cuando estuviera aclimatado, tiempo tendría de proponerle a Watson una visita. Quizás incluso decidiera jubilarse y venirse a vivir con él, para ayudarle en sus mundanas pesquisas.
Y así vino a este pueblo, donde no pasa gran cosa. Le conocí en uno de los paseos que el geriatra les organiza, y en seguida me cayó simpático. Cuando me dijo su nombre, mi primera reacción fue pedirle un autógrafo. He leído todas sus aventuras, y también las he visto en una serie que echaban por la tele. Eso a él le hizo gracia, y haciéndome un guiño, me dijo que no se lo contara a nadie, que todo el mundo pensaba que se llamaba Cherlock Fones. Era por seguridad, pues no estaba seguro de que la banda de Moriarty no quisiera vengarse.
Nos hemos ido conociendo, cada vez mejor, y a estas alturas puedo decir que Watson no contó ni la mitad de las peripecias por las que en realidad pasó el señor Holmes. Pero sí que logró describir a la perfección su poderosa inteligencia. A pesar de estar privado de uno de sus sentidos, los demás siguen estando tan asombrosamente agudizados que siempre adivina donde he estado, incluso con quién. Me dice lo que he estado haciendo, y hasta la marca de tabaco que he fumado. He probado a cambiarme de ropa justo antes de ir a visitarle, pero da igual, él sigue regocijándose diciéndome lo que he estado haciendo antes de venir a verle.
Y creo que ya os dejo. El celador acaba de abrir las puertas. Es la hora de las visitas. Voy a ver qué me cuenta ese viejo zorro.
Le visito porque disfruto, me lo paso bien con el viejo. Me da pena, siempre está muy sólo, y además, desde que cayó con Moriarty por el acantilado, se quedó sordo, y ya no se entera de nada. Nosotros hablamos con una pizarra, y en inglés, porque como es sordo, no ha logrado aprender el castellano. Me dijo que un detective privado que estuviera privado de uno de sus seis sentidos ya no podía ser un buen detective, así que recogió su violín y las drogas que guardaba en Baker street, despidió a la bondadosa mis Hudson, que lloró mucho y no dejó de repetir “son muchos años de servicio, para que me lo pague así, mal nacido”. Afortunadamente, como el señor Holmes estaba sordo, no se ofendió y le dio un abrazo, momento en el que mis Hudson aprovechó para tratar de clavarle un abrecartas. Pero falló, porque además de producirle la sordera, la caída por el acantilado le rompió muchas costillas, y se las habían cambiado por unas de aleación de titanio. El abrecartas quedó hecho un churro en el suelo, y Sherlock ni siquiera se enteró, pensó que le había picado un mosquito. Al final mis Hudson se fue muy enfadada, pero sin vengarse. Y el señor Holmes se quedó pensativo, paseando por la casa, despidiéndose de ella, y decidiendo si avisaba a Watson. Probablemente su viejo amigo trataría de convencerle para que se quedara, y resolviera alguno de los casos que el inspector Lestrade les consultara. Pero estaba sordo, le dolía mucho la espalda, y sentía cierta congoja por la muerte de su némesis, Moriarty. Ya nunca nada podría ser igual.
Decidió no decirle nada a Watson. Ya le mandaría una postal desde el asilo donde pensaba pasar sus últimos años de vida, resolviendo pequeños casos, como quién ha robado el mando de la tele, quién se ha comido un peón del ajedrez, o quién se ha cagado encima. Sí, viviría bien, en un lugar tranquilo y soleado del sur de España. Cuando estuviera aclimatado, tiempo tendría de proponerle a Watson una visita. Quizás incluso decidiera jubilarse y venirse a vivir con él, para ayudarle en sus mundanas pesquisas.
Y así vino a este pueblo, donde no pasa gran cosa. Le conocí en uno de los paseos que el geriatra les organiza, y en seguida me cayó simpático. Cuando me dijo su nombre, mi primera reacción fue pedirle un autógrafo. He leído todas sus aventuras, y también las he visto en una serie que echaban por la tele. Eso a él le hizo gracia, y haciéndome un guiño, me dijo que no se lo contara a nadie, que todo el mundo pensaba que se llamaba Cherlock Fones. Era por seguridad, pues no estaba seguro de que la banda de Moriarty no quisiera vengarse.
Nos hemos ido conociendo, cada vez mejor, y a estas alturas puedo decir que Watson no contó ni la mitad de las peripecias por las que en realidad pasó el señor Holmes. Pero sí que logró describir a la perfección su poderosa inteligencia. A pesar de estar privado de uno de sus sentidos, los demás siguen estando tan asombrosamente agudizados que siempre adivina donde he estado, incluso con quién. Me dice lo que he estado haciendo, y hasta la marca de tabaco que he fumado. He probado a cambiarme de ropa justo antes de ir a visitarle, pero da igual, él sigue regocijándose diciéndome lo que he estado haciendo antes de venir a verle.
Y creo que ya os dejo. El celador acaba de abrir las puertas. Es la hora de las visitas. Voy a ver qué me cuenta ese viejo zorro.
martes, 26 de octubre de 2010
HABLAR CON LOS MUERTOS
HABLAR CON LOS MUERTOS
Los encontró el encargado de la casa rural, al día siguiente. Estaban los cuatro muertos, alrededor de la mesa, donde podía verse una tabla güija. Supo que estaban muertos porque probó a poner un espejo junto a la cara de cada uno de los jóvenes. Por supuesto, llamó a la policía, que tardó seis horas en llegar, tiempo que el encargado aprovechó para rebuscar entre las cosas de los difuntos, hasta que por fin encontró las setas alucinógenas que les había vendido, cuatro pequeñas dosis, suficientes para ayudarles en la sesión espiritista que iban a llevar a cabo. Comprobó que estaban todas, no las habían tomado. Se preguntaba qué habría pasado. Pero sólo podía esperar, así que puso a buen recaudo las setas y continuó con la limpieza del resto de las instalaciones.
La policía llegó, investigó, y sólo sacó en claro que los muertos eran cuatro jóvenes, dos hombres y dos mujeres, que habían estado haciendo espiritismo con la tabla güija, que no había signos de violencia, ni rastro de que hubieran consumido drogas, ni nada que pudiera explicar las muertes. El único y curioso detalle que encontraron fue que los cuatro murieron tapándose las orejas con las manos, como si hubiera algo que no quisieran oír. Más tarde, el informe forense concluiría que no había motivo aparente para ninguna de esas cuatro muertes. El caso quedó abierto unos meses, pero nadie investigó nada porque no había ninguna pista que investigar. Cuando acumuló el polvo suficiente, el expediente fue archivado y el caso se cerró. A día de hoy, sólo los cuatro jóvenes muertos y yo, que estoy contando esto, sabemos qué pasó realmente aquella noche de todos los santos del año 2010, en una pequeña cabaña alquilada para pasar dos noches. Pero los muertos no pueden contarnos nada, ¿o sí? En cualquier caso, no os preocupéis, ya os lo cuento yo.
En realidad, todo fue una idea de Tomás, el más mayor de los cuatro. Su primo le había hablado de lo bien que se lo pasó en una casa rural que había en pleno monte. Había cabañas para alquilar, el precio era razonable, y el entorno magnífico. Tomás pensó que sería genial pasar la noche de todos los santos en una cabaña de esas, y probar de una vez la tabla güija que había comprado en una tienda de antigüedades hacía ya unos meses. Estaba deseando probarla, y tratar de hablar con su abuela. No es que creyera mucho en esas cosas, pero podía resultar divertido, y había leído en internet que el mejor momento para hablar con los muertos era la noche de todos los santos, preferentemente en un lugar apartado y poco concurrido, para que la comunicación resultara más fácil.
Tomás convenció en seguida a Pili, su novia. Y Pili se lo contó a Soraya, que era su mejor amiga. Esta invitó a su novio, y así se juntaron los cuatro. De este modo el alquiler de la cabaña les resultaría más barato, y las posibilidades de diversión aumentarían.
Cuando llegaron, mientras el encargado tomaba los datos de uno de ellos y sacaba fotocopia de su documentación, Tomás le contó que pensaban hacer una sesión de espiritismo. El encargado no se extrañó. No era el primer grupo de jóvenes que pasaba allí la primera noche de noviembre con esas intenciones. De modo que les ofreció unas setas que cultivaba en su sótano. Las conocía bien, y sabía que mucha gente pensaba que eran necesarias para poder hablar con los muertos. Abrían la puerta de la percepción extrasensorial, y potenciaban el diálogo con otros mundos.
Tomás las compró, convencido de que el encargado tenía razón, porque él también había leído sobre eso. Pero en el último momento, cuando faltaba media hora para la medianoche y estaban ultimando los preparativos, Pili dijo que le daba miedo comerse las setas, que sería mejor que se las devolvieran al día siguiente al encargado. Sólo Tomás insistió en que eran necesarias. Pero Soraya se puso de parte de su amiga, y su novio, del que se decía que era bastante calzonazos, apoyó a ambas, renunciando a probar las setas. De modo que ninguno de ellos se las comió, pero cuando el reloj anunció la medianoche, encendieron las velas, apagaron las luces, y comenzaron la sesión.
Al principio no pasó nada, y hubo risillas, aunque Tomás les regañó y les dijo que se lo tomaran en serio, porque así seguro que no funcionaría. Pero al cabo de un ratillo, todos pudieron sentir un viento helado atravesando la habitación, cosa que tenía que ser sobrenatural, porque todas las ventanas de la cabaña estaban bien cerradas. Las llamas de las velas hicieron un par de amagos de apagarse, torcidas por el extraño y gélido viento. Y entonces, los pelos de los cuatro jóvenes terminaron de erizarse, al notar que el puntero de la tabla güija se movía sólo. Aunque acojonados, los jóvenes no dejaron de seguir con la vista el puntero, cantando las letras según iban siendo señaladas.
-Hola, ¿qué tal estáis? - dijo la tabla, con gran lentitud - yo me llamo Torrebruno, seguro que me conocéis. ¿Os canto algunas canciones? Pero no así, moviendo un puntero y señalando letras.
De pronto, una radio que había junto a la mesa donde estaban sentados, se encendió sola, y a través de ella pudieron escuchar la voz del muerto.
-Como os dije, me llamo Torrebruno, y mi ilusión es cantar. - el volumen de la radio estaba a tope, era ensordecedor - ¡Tigres, leones, todos quieren ser los campeones! - empezó a cantar.
Al principio, los cuatro jóvenes se quedaron pasmados escuchando, sin dar crédito. Tras tres o cuatro canciones, empezaron a cansarse, y trataron de apagar la radio. Pero la radio no se apagaba, no había modo. Trataron de encender las luces. Pero no pudieron encenderse. Tras dos horas y veinticuatro canciones, algunas repetidas, intentaron escapar de la cabaña, pero no consiguieron abrir ni la puerta ni las ventanas. Estaban encerrados.
Acabaron falleciendo los cuatro, brutalmente torturados por la voz de Torrebruno, que se mostró cruel e implacable, cantando incesantemente a través de la vieja radio, que sólo se apagó cuando los jóvenes ya estaban evidentemente muertos.
Y es que hay cosas con las que es mejor no jugar. Por si acaso.
Los encontró el encargado de la casa rural, al día siguiente. Estaban los cuatro muertos, alrededor de la mesa, donde podía verse una tabla güija. Supo que estaban muertos porque probó a poner un espejo junto a la cara de cada uno de los jóvenes. Por supuesto, llamó a la policía, que tardó seis horas en llegar, tiempo que el encargado aprovechó para rebuscar entre las cosas de los difuntos, hasta que por fin encontró las setas alucinógenas que les había vendido, cuatro pequeñas dosis, suficientes para ayudarles en la sesión espiritista que iban a llevar a cabo. Comprobó que estaban todas, no las habían tomado. Se preguntaba qué habría pasado. Pero sólo podía esperar, así que puso a buen recaudo las setas y continuó con la limpieza del resto de las instalaciones.
La policía llegó, investigó, y sólo sacó en claro que los muertos eran cuatro jóvenes, dos hombres y dos mujeres, que habían estado haciendo espiritismo con la tabla güija, que no había signos de violencia, ni rastro de que hubieran consumido drogas, ni nada que pudiera explicar las muertes. El único y curioso detalle que encontraron fue que los cuatro murieron tapándose las orejas con las manos, como si hubiera algo que no quisieran oír. Más tarde, el informe forense concluiría que no había motivo aparente para ninguna de esas cuatro muertes. El caso quedó abierto unos meses, pero nadie investigó nada porque no había ninguna pista que investigar. Cuando acumuló el polvo suficiente, el expediente fue archivado y el caso se cerró. A día de hoy, sólo los cuatro jóvenes muertos y yo, que estoy contando esto, sabemos qué pasó realmente aquella noche de todos los santos del año 2010, en una pequeña cabaña alquilada para pasar dos noches. Pero los muertos no pueden contarnos nada, ¿o sí? En cualquier caso, no os preocupéis, ya os lo cuento yo.
En realidad, todo fue una idea de Tomás, el más mayor de los cuatro. Su primo le había hablado de lo bien que se lo pasó en una casa rural que había en pleno monte. Había cabañas para alquilar, el precio era razonable, y el entorno magnífico. Tomás pensó que sería genial pasar la noche de todos los santos en una cabaña de esas, y probar de una vez la tabla güija que había comprado en una tienda de antigüedades hacía ya unos meses. Estaba deseando probarla, y tratar de hablar con su abuela. No es que creyera mucho en esas cosas, pero podía resultar divertido, y había leído en internet que el mejor momento para hablar con los muertos era la noche de todos los santos, preferentemente en un lugar apartado y poco concurrido, para que la comunicación resultara más fácil.
Tomás convenció en seguida a Pili, su novia. Y Pili se lo contó a Soraya, que era su mejor amiga. Esta invitó a su novio, y así se juntaron los cuatro. De este modo el alquiler de la cabaña les resultaría más barato, y las posibilidades de diversión aumentarían.
Cuando llegaron, mientras el encargado tomaba los datos de uno de ellos y sacaba fotocopia de su documentación, Tomás le contó que pensaban hacer una sesión de espiritismo. El encargado no se extrañó. No era el primer grupo de jóvenes que pasaba allí la primera noche de noviembre con esas intenciones. De modo que les ofreció unas setas que cultivaba en su sótano. Las conocía bien, y sabía que mucha gente pensaba que eran necesarias para poder hablar con los muertos. Abrían la puerta de la percepción extrasensorial, y potenciaban el diálogo con otros mundos.
Tomás las compró, convencido de que el encargado tenía razón, porque él también había leído sobre eso. Pero en el último momento, cuando faltaba media hora para la medianoche y estaban ultimando los preparativos, Pili dijo que le daba miedo comerse las setas, que sería mejor que se las devolvieran al día siguiente al encargado. Sólo Tomás insistió en que eran necesarias. Pero Soraya se puso de parte de su amiga, y su novio, del que se decía que era bastante calzonazos, apoyó a ambas, renunciando a probar las setas. De modo que ninguno de ellos se las comió, pero cuando el reloj anunció la medianoche, encendieron las velas, apagaron las luces, y comenzaron la sesión.
Al principio no pasó nada, y hubo risillas, aunque Tomás les regañó y les dijo que se lo tomaran en serio, porque así seguro que no funcionaría. Pero al cabo de un ratillo, todos pudieron sentir un viento helado atravesando la habitación, cosa que tenía que ser sobrenatural, porque todas las ventanas de la cabaña estaban bien cerradas. Las llamas de las velas hicieron un par de amagos de apagarse, torcidas por el extraño y gélido viento. Y entonces, los pelos de los cuatro jóvenes terminaron de erizarse, al notar que el puntero de la tabla güija se movía sólo. Aunque acojonados, los jóvenes no dejaron de seguir con la vista el puntero, cantando las letras según iban siendo señaladas.
-Hola, ¿qué tal estáis? - dijo la tabla, con gran lentitud - yo me llamo Torrebruno, seguro que me conocéis. ¿Os canto algunas canciones? Pero no así, moviendo un puntero y señalando letras.
De pronto, una radio que había junto a la mesa donde estaban sentados, se encendió sola, y a través de ella pudieron escuchar la voz del muerto.
-Como os dije, me llamo Torrebruno, y mi ilusión es cantar. - el volumen de la radio estaba a tope, era ensordecedor - ¡Tigres, leones, todos quieren ser los campeones! - empezó a cantar.
Al principio, los cuatro jóvenes se quedaron pasmados escuchando, sin dar crédito. Tras tres o cuatro canciones, empezaron a cansarse, y trataron de apagar la radio. Pero la radio no se apagaba, no había modo. Trataron de encender las luces. Pero no pudieron encenderse. Tras dos horas y veinticuatro canciones, algunas repetidas, intentaron escapar de la cabaña, pero no consiguieron abrir ni la puerta ni las ventanas. Estaban encerrados.
Acabaron falleciendo los cuatro, brutalmente torturados por la voz de Torrebruno, que se mostró cruel e implacable, cantando incesantemente a través de la vieja radio, que sólo se apagó cuando los jóvenes ya estaban evidentemente muertos.
Y es que hay cosas con las que es mejor no jugar. Por si acaso.
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- PAISAJES DE MUJER (1)
- PAISAJES DE MUJER 2 (1)
- PEQUEÑAS HISTORIAS (1)